«Aunque le educaron en la fe católica, nunca fue consciente ni responsable de su vocación cristiana, ni de la grandeza de su bautismo ..., ni del inmenso amor de Dios, de la fuerza de su gracia, de sus designios ..., lamentando y añorando como San Agustín, al que tenía gran devoción, y con sus mismas palabras: ¡Tarde te conocí, hermosura siempre nueva!» [1].
Él mismo –a lo largo de los años– nos da a conocer en su Diario y Cuaderno, con todo detalle y reiteradamente [2] el itinerario de su conversión. Por uno y otro y por las declaraciones de los testigos sabemos que, durante su primera juventud, estuvo algo alejado de Dios, que llevaba una vida frívola que «llegó a preocupar a su madre» [3] , poco atento a las prácticas religiosas, llegando incluso «a estar alejado de la Iglesia» [4], y más dedicado a la diversión y a las distracciones mundanas. «Incluso estaba enamorado» [5]. Tenía novia y fumaba.
Libró a lo largo de muchos años una dura batalla contra el tabaco que al final ganó para Cristo con mucha oración y grandes mortificaciones. Su Diario y Cuaderno son una muestra elocuente al respecto. Los Peritos Teólogos hacen referencia en su Informe a este hecho. ¿Se le puede aplicar algún atenuante? Dos –según Manuel Martínez Pereiro–: «le servía para imponerse algún sacrificio y lo consideraba con frecuencia como instrumento de apostolado porque un pitillo oportunamente ofrecido podía abrir una conversación que le hiciese un bien al invitado».
De su Diario es este pequeño botón de muestra:
– «Fui con los Llanos a visitar a los pobres. ¡Sentí gran satisfacción al ver de nuevo a mis viejecitos! ¡Cuánta miseria hay por el mundo, y tan fácil como sería remediarla si fuéramos verdaderamente cristianos! ¡Tanto dinero tirado en tonterías y cuanto desvalido que con él viviría! Decididamente, no puedo fumar, quemar yo el dinero y que un hermano mío, hermano en Jesús, no coma. No, eso no puede ser. Ayúdame Virgen Santísima para que me mantenga firme en mi propósito».
– «El P. Cuadrado me dijo que si me inquietaba el no fumar y si podía esto ser un estorbo para mi trabajo, que fumara».
– «Bien veo que puedo ofrecerte el sacrificio del fumar y tomar esta privación como penitencia» ... «El no fumar debe ser el primer sacrificio, cueste lo que cueste, pues si no lo hago, y Jesús desde hace tiempo me lo pide, es que no le amo» ... «No fumaré: es preciso que me crucifique y empezaré por esta mortificación» ... «Es precio que viva crucificado ... contrariando mis deseos de fumar».
– «Hoy, recordando la penuria de los sacerdotes ... se me ha ocurrido organizar una campaña de austeridad y sacrificio en la Juventud de Acción Católica destinada a promover una suscripción para sostener al clero español. En mí puede consistir en dejar de fumar y en tomar los menos taxis posibles. Así, independientemente de lo que pague en Madrid, podré enviar por lo menos treinta pesetas al mes al Primado destinadas a estipendio de Misas».
– «¡Infeliz de mí! Que siento que disgusto a Jesús, con negarme a suprimir ese gusto de fumar y, sin embargo, no hago nada por complacer a mi Señor. Esto es ¿ser víctima? No te amo, Señor, no te amo, pues amando tanto tú las almas no soy capaz por ellas de renunciar a mis cigarrillos. Pues ya sé que un cigarrillo no es nada en sí mismo, pero renunciar a él sería una muestra de generosidad, sería un sacrificio pequeño pero que tú podías tomar en tus manos y darle un valor infinito a favor de esas 174.000 almas que desde ayer han comparecido ante ti».
Pero el Señor le amaba y le llamaba una y otra vez. Esta vez lo volvía a hacer a través de su madre [6]. En la Semana Santa de 1925, por darle gusto y a regañadientes, hace Ejercicios Espirituales externos que son una revelación para él, porque en ellos descubre un nuevo mundo, un camino nuevo [siempre decía: Él me ha traído. Nunca empleaba el yo he ido, y si alguna vez lo empleaba en cualquier faceta de su vida, rectificaba rápidamente] [7] y anota: «Tú me miraste y me dijiste: “Ven a mí”» y « ... empecé a amar a Jesús y me inscribí en su Guardia de Honor». Estos Ejercicios son una revelación para él, porque en ellos descubre un nuevo mundo, un camino nuevo.
En 1927, llevando a un compañero de oficina y antiguo compañero de estudios, vuelve a hacer Ejercicios Espirituales externos (son los terceros), y en ellos hace el propósito de comulgar diariamente aquella Cuaresma.
« ... Al terminar –escribe– fue tan dulce la leche y la miel que me diste que quise proseguir y me hice congregante de tu Madre [8]. Empecé a amarla y a trabajar en obras de celo, y, aunque seguía cayendo, iba distanciado las caídas, hasta que al entrar en la Asociación Católica Nacional de Propagandistas [9] y, habiéndome comprometido a hacer Ejercicios internos, en aquella primavera del 30, cuando tenía 27 años, hice los primeros. ¡Cuántos favores me hiciste! ... ».
En este periodo, que él llama de su «conversión», hay una fecha segura e importante: el día de la Inmaculada Concepción de 1927. Tenía 25 años. Anota: «Me pusiste bajo el amparo de tu Madre». Al año siguiente, en 1928, el Señor clavó en su alma la angustia y la queja de su «Sed». «Tú empezaste –anota en su Diario– a poner en mi alma el celo de tu gloria».Conoce a Ángel Herrera en la Confederación de Estudiantes Católicos e ingresa en la Juventud de Acción Católica en el Centro Parroquial de San Jerónimo el Real [10].
Desde entonces su vida la fue absorbiendo el afán de satisfacer esa «Sed» de Jesús, que le quemaba el alma. Vive un proceso de conversión que le va llevando a una entrega cada vez más íntima y total a Jesucristo, su Amado, y a una vocación apostólica cada vez más firme y apasionada, una verdadera vocación de sed de almas. «Sitio» es el lema que ofrece a los jóvenes Propagandistas de la Acción Católica, y será después su lema sacerdotal. Con altibajos, continúa, en los años siguientes, el camino emprendido y fue mejorando su vida.
En 1931 hace Ejercicios internos en Chamartín y recuerda el abrazo maternal de la Madre aquel 8 de diciembre de 1927 y escribe en su Diario:
«Día de la Purísima, de amor y de dolor, aniversario de aquel maternal abrazo que me dio al aceptarme como hijo; pero ¿puedo yo llamarme buen hijo de la Santísima Virgen? [11]. ¿Qué he hecho yo por ti, Madre bendita? ¿En cuántas almas he hecho nacer o crecer a tu divino Hijo? [12].
»Todo son interrogaciones, todo son dudas; pero, yo, debo enjugar tus lágrimas, consolar tus aflicciones [13], compartir tus dolores. ¿Lo hago? ¡Ay no!; yo no sufro contigo, pues, si sufriera, ¿cómo ofendería a tu Hijo?; pero tú eres misericordiosa y me ayudarás. En ti confío Virgen Santísima.
»Día de amor, porque durante todo él no hice casi más que adorarte y ... llorar».
Días después añade:
« … Si me esfuerzo en atender su voz y aumento mi devoción a la Virgen, Él crecerá en mí, yo creceré en Él … ».
Al año siguiente, marzo de 1932, hace nuevamente Ejercicios; esta vez externos. Los hace en la Catedral de Madrid donde se congregan gran número de jóvenes para oír las eternas verdades de la vida, y anota:
«Hoy hemos meditado sobre los pecados propios, sobre los míos ... ¡Qué pasado tan negro tengo en mi debe! ¿A cuántas almas aparté de Jesús con mis escándalos? ... No lo sé; pero muchas, y como fueron muchas estoy más y más obligado a indemnizar a Jesús y tengo que ser suyo, todo suyo, para que así pueda servirle para atraerle almas.
»¡La gloria de Dios! Si yo amara la gloria de Dios sobre todas las cosas … sería santo …
»¡Oh qué maravilla! Cuánto, cuantísimo amor, me tiene Jesús ... y yo, que digo amarle, ¿qué hago? ¿En qué me ocupo? ¡Ah! yo quiero que toda, he dicho toda, mi vida proclame mi amor.
»Yo quiero desde hoy hacerme santo,
no porque en ello gane mi persona,
tan sólo porque así tu triste llanto
endulzaré, Señor, con este aroma
de amor y compasión que se levanta.
»Te busco, Señor, y no te encuentro
en la interna razón de mis acciones,
no son tuyos mis vanos pensamientos
ni sojuzga tu amor a mis pasiones.
»Soy mezcla vil; amarte siento
cuando elevo a tu amor mis oraciones
y prometo ser tuyo hasta el tormento
si tú con tu ternura lo dispones.
»Pero luego, cuando puedo demostrarte
en la vida diaria la ternura
que en tu presencia digo profesarte,
me aferro a mi pasión, a mi locura,
y olvidado de ti renuncio a darte
la prueba de este amor que en mí madura.
»Y al comprobarlo así, sufro tal pena
que sólo una esperanza la mitiga:
que tú rompas las férrea cadena
que apresándome así mi amor castiga.
»Pues sé que tu ternura está tan llena
de amores para el alma que te olvida
que quieres rescatarla de la pena
mostrándole tu amor por tus heridas.
»Y si tú me buscaste cuando loco
huía del amor en que me inflamo
ahora, buen Jesús, que te amo un poco,
no me hurtarás la ayuda que reclamo,
cuando viéndome a mí tu auxilio invoco,
para ser por tu amor un buen cristiano».
Este mismo mes, el Miércoles Santo, vuelve a anotar:
«¡Qué honda pena siento en mi corazón! Hace un año, en tal día como hoy, estaba en Chamartín haciendo Ejercicios. Aislado del mundo, conociendo a Jesús era feliz, completamente feliz, con una felicidad que nunca había sentido ... Aquellas meditaciones y aquellas pláticas, el dulce Vía Crucis [14], en grupo, suspirando todos de amor por el Amado, aquellos ratos que a solas pasaba en la capilla. ¡Oh cuántas cosas perdidas por ahora ... ! ¿Cuándo volverán? [15] ... No sé; pero hacen tanta falta, son tan necesarios los Ejercicios internos para curar a las almas».
Meses más tarde hace un profundo examen y ve que no ha sido de Dios, sino suyo, de su corrupción y miseria muchos años. Y anota el 12 de septiembre de 1932 en su Diario:
«Hasta los 25 no te conocí, y, desde entonces, aunque quería, o decía querer, ser tuyo, tampoco lo he sido; no eras tú el objeto constante de mis pensamientos y mis acciones; algunas veces pensaba en ti, pero la mayor parte de mi vida estaba ausente de ti» ... ¡Uh! cuan olvidado de ti he vivido, no quería ver tu voluntad para no hacerla; porque me pedía dejara tus criaturas para buscarte a ti» … «Hasta hace tres años persiguiéndote, negándote y crucificándote siempre … Después … diciendo con los labios que era tuyo y muy pocas veces con el corazón» … «¡Qué amor tan grande has tenido para mí!».
Al año siguiente, 10 de noviembre de 1933, rápida película de su vida desde los 15 años:
«… A los 25 años se afianza mi conversión; a los 27 hago Ejercicios internos y también a los 28 y 29, pero también peco. ¡Siempre, siempre … pecando! ¿Qué he hecho yo por ti, mientras por mí sufrías? ¡Pecar! ¡Miserere mei Domine, miserere mei!».
Días después, el 26 de noviembre, hace de nuevo un repaso de su vida desde los 14 hasta los 30 años; reitera lo anterior y amplía.
«A los 14-15-16-17-18-19-20-21-22-23 pecando, pecando sin cesar; a los 24-25-26 pecando y levantándome; a los 27-28 y 29 subía hacia Jesús; a los 30 volví a retroceder y ahora, sin confiar para nada en mí, pero esperándolo todo en ti, ¡oh Jesús!, digo: ¡No más pecar! Antes morir, pues la muerte, la verdadera muerte, es el pecado».
Al mes siguiente recuerda rápida pero expresivamente su estancia en Tapia de Casariego, Asturias, (su primer destino, tenía 19 años), su regreso a Madrid (tenía 20 años), siguiendo igual. Al año siguiente fue destinado a Muros, La Coruña, su estancia allí, lo mismo, e incluso sus faltas de asistencia a Misa (con el reproche de una sirvienta de la fonda) y su no asistencia a la procesión del Corpus con las Autoridades (él, por su cargo, Administrador de Aduanas, era Autoridad), según la costumbre (reproche e invitación que considera como dos llamadas de Jesús), su retorno a Madrid, su Servicio Militar, su asistencia a alguna Misa, que no le dice nada, y su vida de miseria (asistía a muchos bailes, teatros, cines y otras diversiones, novelas, frivolidad y vanidad con sus secuelas). Le gustaba mucho bailar. A su sobrina Josefina la enseñó a bailar el charlestón cuando era pequeña.
Seis años después del maternal abrazo, y también un día de la Inmaculada, vuelve a recordar aquella efemérides de 1927.
«Hoy hace doce años –escribe– que María me echó los brazos al cuello, me acogió como su hijo y quiso ser mi Madre. ¡Cuánto amor! Era basura ... y Ella ..., “la llena de gracia”, quiso ser mi Madre. ¡Y cómo me has llevado a Jesús! Gracias, gracias Dios mío, por haberme dado por madre, a tu Madre».
Sigue su escalada, aunque con altibajos, hacia la cumbre de la santidad. Con motivo de los Ejercicios de marzo de 1941, ya seminarista, examina de nuevos los años tristes de su vida y las circunstancias en que le puso el Señor y anota:
«Larga y amargamente he llorado mis pecados ...
»Y desde que alboreó mi razón no he encontrado un año en el que no le ofendiera. Fueron primero mis ofensas de niño. Mi índole terca para hacer mi capricho, mis iras y rebeldías desatadas en injurias contra mis hermanos y los que me dieron el ser, aunque éstas las dijera por lo bajo, Dios me oía ...
»Luego … se multiplicaron los pecados … Antes de ser congregante y después, antes de ser joven de Acción Católica y después ...
»Y mientras yo pecaba, tú ¿qué hacías por mí, Señor? Me habías dado el ser y me conservabas, haciendo concurrir millones de criaturas a ello …
»Hacías penitencia en centenares de millares de novicios, novicias, seminaristas, religiosas, religiosos y sacerdotes. Y por mano de tus sacerdotes, tú, sacerdote eterno según el orden de Melquisedec, derramabas sobre mi alma, revolcada en la inmundicia, el cáliz precioso de tu Sangre y te ofrecías en los altares y junto al Trono de tu Padre pedías por mí».
El 30 de junio de 1943, siendo seminarista, al repasar nuevamente su vida expone una vez más el itinerario de su conversión y escribe:
«Mi vida (1916 a 1928) fue un progresivo olvidarme de Dios. La carne al crecer ahogaba al Espíritu. Llegó a estorbarme el recuerdo de Dios; pero Él ponía en mí las ansias de un amor fuerte y puro y al fin, porque honré a mi madre obedeciendo, se apiadó de mí y me manifestó en la Santa Cuaresma de 1925 que Él era el Amor y comenzó la lucha: Él quería reinar en mí y yo sentía en mis miembros un peso de muerte; mas Él era León de Judá para defenderme y Mansísimo Cordero para conllevarme. Tras dos años de lucha comenzó a vencer, me dio hambre de pureza y fui a recibirle todos los días y a pedirle a María que me acogiera como hijo. Y me acogió, y en 1928 me llevó a la Acción Católica, “gracia singular de Dios para los fieles a quienes llama el Señor a cooperar más cerca de la Jerarquía”».
Y ahora un pequeño salto en el tiempo. Un año antes de ser ordenado sacerdote, el 22 de octubre de 1946, recuerda nuevamente aquellos años y anota:
«¡Qué soy yo, Señor, sino miseria, no–ser y pecado!
»1917 a 1925, ocho años, ocho años de progresivo alejamiento de ti, de hundirme más y más en la culpa» ... «Sí, yo recuerdo aquellos años tristes de mi vida en los que para luchar contra mis indomadas pasiones no tenía sino un débil recuerdo de la instrucción religiosa de mi infancia; y recuerdo que me estorbaba el recuerdo de Dios y que lo fui obscureciendo más y más hasta que casi llegué a decir en mi enfermo corazón, como el insensato, no existe Dios. ¡Cómo ofendí entonces a mi Dios! Pero Él no hizo caso de mis irracionales deseos y siguió amándome y me mostró tanto amor que me venció».
Y por el tiempo perdido y por lo mucho que ofendió al Señor «hizo muchas penitencias por sus culpas y las de los demás, pública y privadamente, de diferentes modos: con obras de caridad extraordinarias, vigilias de oración, etc.», asegura, entre otros testigos, José Díaz Rincón.
¿Cómo hablaba de su primera juventud?
Recordaba con todo cariño a sus padres. Era muy afectuoso y quería mucho a su familia. De sus padres decía «que eran buenísimos ..., que se llevaba muy bien con sus hermanos y que la “oveja negra” de su casa había sido él ... que su madre le enseñó a rezar, le animaba a ir a Misa, a ejercitar el bien, a hacer Ejercicios Espirituales, como lo había hecho con todos sus hermanos, pero que él prácticamente vivía alejado de Dios» [16].
«Hablaba de su anterior vida disipada y de miseria» [17] «siempre con pena porque él –eran sus palabras– era un superficial y un “bala”, pasando de estas cuestiones tan fundamentales e importantes» [18]. Lo hacía «en testimonio de primera persona [19] ... incluyendo anécdotas como su distribución de la semana en bailes y fiestas (en la que obtuvo una copa de “danzón”, y mencionó que había tenido novia)» [20].
«Repetidamente ... insistía que él desde su primera formación había sido un libertino e inconsciente, rutinario, evasivo, que asistía a muchos bailes, teatros, cines y otras diversiones ... » ... « ... que se sentía un joven dandy, gabardina al brazo, corbata y cuello bien puesto, que se dedicaba a comprar la alegría a la puerta de una sala de fiestas ... » [21], y « ... buscaba la felicidad en la entrada de un cine como tantos jóvenes la buscaban ... » [22]. «Reuniones de sociedad (solía referirse a las “mañanas del Ritz”), como joven alegre y divertido» [23]
« ... Aprended bien esta lección –les decía a los Presidentes Diocesanos con motivo del homenaje que le rindieron en las Jornadas de Oración y Estudio celebradas en 1940–: Cuando veáis un joven frívolo, no echéis sobre él la condenación, pues tal vez es otro Manuel Aparici, que está esperando que llegue el Señor a llamarle por medio de la Juventud de Acción Católica a esta empresa grande y maravillosa del apostolado. Porque yo os digo que en los años 24 y 25 mi vida era ésa que tal vez condenáis. Cines, bailes, diversiones, alejamiento de la Iglesia ... Pero, creedme, el alma de los jóvenes es siempre grande y es imposible que quede satisfecha con esa mezquindad de los goces frívolos. Cuando veáis un joven en la taquilla de un cine o de un teatro, pensad que tiene tristeza en el alma, puesto que va a comprar un poco de alegría por unas monedas; pensad que tiene su alma vacía y por eso tiene que llenarla para distraer la pena de la propia inutilidad de su vida»
Al cesar como Presidente Nacional, en su Testamento Espiritual a su sucesor en el cargo, Antonio García–Pablos le pide que no olvide que Manuel Aparici, antes de ser joven de Acción Católica, fue lujurioso, frívolo y pecador.
Y años más tarde le dice a Sor Carmen [24]:
«Verás que siento mi vocación y me reconozco instrumento; pero ayudadme; yo sé que Él me escogió porque era el tipo medio del joven español frívolo, pecador, indiferente en religión y hasta un poco anticlerical, pero con un corazón capaz de entregarse a Él en cuanto me mostrara –como lo hizo– que murió de amor por amarme. Este conocimiento, que Él me dio, de la miseria radical mía fue la gracia grande que alentó mi vida de Presidente. ¡Cómo dudar de que su gracia pudiera hacer santos a mis muchachos de España, cuando su gracia me había transformado a mí en lo que era!
Se lamentaba de no haber aprovechado el tiempo y, sobre todo, de no haber correspondido a las abundantes gracias que Dios le había dado. Pero hablaba de su conversión «siempre con gozo y gratitud a Dios que tuvo tanta paciencia con él» [25]. Y lo hacía siempre con esa sencillez que le adornaba.
«Se enardecía y emocionaba muchas veces cuando hablaba de su conversión, del tiempo perdido, de su experiencia en la amistad con Dios; ¡cuántas veces repetía aquellas palabras de Isaías: “Su amor es más fuerte que la muerte y sus besos más embriagadores que el vino”, refiriéndose al infinito amor de Dios» [26].
Ponía énfasis en su antes y después de la llamada de Dios que le convirtió en un hombre nuevo. Cuando se encontró «con Cristo a Él consagró su trabajo y su vida» [27]. «Fue su bandera en adelante, con una conversión que él consideraba “paulina”» [28]. Y «sintió la necesidad de “salir al aire, con la sonrisa abierta para que la juventud de España encontrase el camino de la alegría que buscaba, dándose a Cristo”» [29].
Y a partir de ese hecho fue tan feliz y se entregó con pasión, que sabía transmitir. Todo su tiempo libre de funcionario de Aduanas lo empleaba en asistencia a reuniones, Círculos de Estudios y preparación de programas y viajes de propaganda [30].
José Díaz Rincón le oyó comentar cómo Dios le llamaba continuamente y durante 25 años él se resistió. «Me estremecía –dice (Cf.)– cuando declamaba aquel soneto de Lope de Vega: “Qué tengo yo que mi amistad procuras … ¡Cuántas veces el ángel me decía: Alma asómate ahora a la ventana, verás con cuanto amor llamar porfía! ¡Y cuántas, hermosura soberana: mañana le abriremos, respondía, para lo mismo responder mañana!” Comentaba que la religiosidad en su ambiente familiar durante su infancia sí que le influenciaba, aunque no lo tomó con interés alguno hasta que se hizo mayor, por eso en su juventud estaba frío y apático».
Algunos testigos, sin embargo, opinan que hablaba «de su conversión, en términos y formas que consideraban exageradas ... teniendo en cuenta los ejemplos vivos que de él recibían» [31].
«Cuando él, en público, en sus discursos, a jóvenes, hablaba de su primera juventud, yo –dice Mons. Maximino Romero de Lema en su testimonio– me sonreía un poco porque me parecía que siempre había sido muy honrado. Esa “conversión” yo la interpretaba a la manera cómo en la psicología de los Santos se subrayan estas cosas. Y como yo pensaban muchos de mis compañeros».
«Lo que hablaba de su conversión –dice Ana María por su parte– es no de pasar de una mala vida, sino de superficialidad y frivolidad a una entrega a Cristo a quien descubrió. Hablaba de cómo en el ejercicio del apostolado con los demás jóvenes ... ahondó o aumentó su conversión. Por dar ejemplo al ir en cabeza, Jesucristo le fue conquistando interiormente. La oración por los demás, por verles desgraciados (sin Gracia) le fue llevando a una atracción irresistible por Jesucristo y porque fuera conocido y amado».
El padre de Josefina le decía a su hija: «A tu tío le da por presumir de pecador, todo lo más ha sido un frívolo, ¡pero quien lo oiga!» [32]. Por su parte, José María Riaza Ballesteros cree que lo que Manuel Aparici «llamó su periodo de “pecador” fue más bien, en su opinión, una actitud de catarsis … pero el término “disipación” pudiera ser francamente excesivo ... Muy probablemente fue simplemente un muchacho de su época, lo que podría ser interesante para los jóvenes actuales, como modelo».
Y para finalizar traemos una escena familiar entrañable que nos cuenta su sobrino Rafael referida a su padre y a su tío Manolo.
Mi madre –dice– me hablaba del encuentro que tuvo con quien después iba a ser su marido, y por consiguiente mi padre, en los bailes del Ritz, a los que le acompañaba mi tío Manuel … Simultaneando con esta vida de relación social, solía asistir a reuniones, primero de las Congregaciones Marianas y más adelante de la Juventud de Acción Católica … Conoció al mismo tiempo al tío Manolo y al que más adelante fue mi padre, y me consta que sintió una simpatía especial por mi tío, pero al verlo tan ocupado e imbuido en su actividad religiosa, centró la amistad en mi padre».
Desde aquel hermoso día, día del abrazo maternal de la Virgen, su alma estalla de júbilo. Y en todos sus escrito expresa una alegría especial en el proceso de su conversión hacia el hombre nuevo que le lleva a exclamar:
«¡Cristo en mí ... ! Muerto al pecado con Cristo en la Cruz, resucitado en Cristo. ¡Oh Jesús! haz que se graben estas ideas en mi alma, que sean carne de mi carne y huesos de mis huesos. Haz que te conozca y que me conozca» ... «He muerto al pecado y al mundo; ni el mundo, ni los míos me han librado del pecado, por el pecado merecí la muerte y el infierno. Dios me salva, me devuelve a la vida, mi vida le pertenece».
Muchos años después de su conversión y entrega generosa, el 10 de noviembre de 1943, siendo seminarista, anota en su Cuaderno:
«Gracias, Señor, porque me has aceptado para tu cruz. Gran parte de la tarde he estado inquieto y acobardado. Veía que no había venido al Seminario, sino a prepararme para la total inmolación y que por lo tanto no me cabía volverme atrás y estaba pensando si tendría o no fuerzas (¡Siempre este hombre viejo!) cuando tú me hiciste comprender que ya me habías elegido, que ese llamamiento tuyo a mi total crucifixión por las almas era eso precisamente».
[1] José Díaz Rincón.
[2] Repasaba frecuentemente su vida anterior «pesaroso y avergonzado por lo que llamaba su época de frivolidad juvenil» (Alejandro Fernández Pombo).
[3] Su sobrino Ezequiel.
[4] Su sobrino Ezequiel.
[5] Su sobrina Josefina.
[6] Según su sobrino Rafael, su tío tenía un amor «extraordinariamente alto para con su madre, y esto le hacía sufrir al comprender los defectos que tenía ... y el carácter especial de su manera de ser». «Mi abuela –dice por su parte su sobrina Josefina– era una castellana hija de militar, muy recta, sin discusión posible delante de ella de si una cosa ella creía que estaba bien, estaba bien; mi abuelo era de carácter más madrileño y menos estricto en las formas».
[7] «Oí comentar a mi madre –dice su sobrina Josefina– que a mi tío, el hermano de ella, y a mi tío Manolo, mi abuela los había llevado al Sermón de las Siete Palabras, que lo daba el P. Rubio, y a unos Ejercicios Espirituales».
Esta práctica ya no la abandonaría nunca a lo largo de toda la vida. «Le oí contar varias veces –dice por su parte el Rvdo. Felipe Tejederas Porras– que hizo Ejercicios Espirituales, él solo, bajo la dirección del célebre P. Nieto, S.J.; y que a cada cosa que el ejercitador le decía, comentaba para sus adentros: “Esto no lo dice para Fulano o para Mengano, porque no hay nadie más que yo. Esto es para mí”. Y que le hizo gran fruto».
Guardaba recuerdo imperecedero de las tres veces que el P. Nieto le dio Ejercicios y sentía las oraciones que elevaba por él.
[8] Ingresa en la Congregación Mariana de Los Luises. Cinco años después, el día de la Inmaculada de 1932, vuelve a recordar el aniversario de la Medalla de Congregante y de su maternal abrazo. Y este recuerdo agradecido está presente a lo largo de toda su vida. Y le es impuesta la medalla de directivo: instructor de aspirantes. «Rasgo que mantuvo durante toda su vida –asegura Miguel García de Madariaga–. Antes de celebrar la Santa Misa se ponía sobre la sotana la Medalla de Congregante Mariano».
[9] Dos años más tarde, el 22 de enero de 1932, promete dedicarse a los trabajos de apostolado y cumplir las obligaciones que marcan los Estatutos de la Sección de San Pablo existente en la Asociación. Y pide al Señor gracias para cumplir su promesa. « ... Haz Señor –escribe– que nunca olvide mi promesa y que siempre me sienta fortalecido en ti, que eres mi única fortaleza» … «Todo te lo debo ¡todo! Y si te lo debo todo ¿no es justo que todo lo que has entregado lo empleé en tu servicio? Tú eres todo mío; Tú te entregas todo a mí … y … yo ¿no voy a ser todo tuyo? No, esto no puede ser. Yo he de ser todo tuyo y tú me ayudarás para que lo sea».
[10] «Felix María Llanos y Pastor fundó con José Palma Campos el famoso Centro de San Jerónimo –cédula primaria de nuestra Obra– ... y llevó a Manuel Aparici al Consejo Superior» (SIGNO de fecha 29 de abril de 1.950).
[11] «Una de las veces que vino a La Coruña –declara su sobrina Josefina– lo encontré por la calle Juana de Vega y le dije: ¿a dónde vas?, a los Jesuitas. Lo acompañé a la puerta y allí me di la vuelta, y después aprovechó un momento en casa y me dijo: ¿por qué no entraste en la iglesia? Y dije: porque llevaba manga corta. Me dijo: no te dejes guiar, no te influencies, piensa que si la Virgen viviera ahora no llamaría la atención en sus costumbres y en su ropa; mientras tú puedas ir por la calle imitando a la Virgen, entonces puedes entrar en la iglesia; si no puedes entrar en la iglesia es que tampoco puedes ir por la calle» (Manuel Aparici ya era sacerdote).
[12] No obstante –como el mismo escribe en su Diario–, sigue teniendo un deseo grande de amar a Jesús y a María, y también un deseo grande de que ¡todos! le amen. «¡Me hace sufrir tanto el que le amen tan poco! Mi deseo de extender su nombre no ha decaído, es mi obsesión, vivo para difundir su nombre por siempre bendito. Pero no basta evangelizar con la palabra ¿y el ejemplo? No, así no puedo proseguir … ».
[13] «En las penas y aflicciones –decía Manuel Aparici– pensar en la agonía de Jesús, ahondando en este misterio. Nos sentiremos confortados» ... «Tres posturas ante la agonía de Jesús: ángel consuelo, apóstol traidor, apóstol dormido. De los apóstoles dormidos, sin embargo, uno dio la vida por Jesús y no quiso ser crucificado sino cabeza abajo por considerarse indigno de morir igual que el Maestro; otro, fue el primero que derramó su sangre por el Señor; y otro quedó constituido custodio de María, apóstol del amor y sufrió el martirio de aceite hirviendo. El gran pecado de Judas fue no creer en el amor de Jesús. Si al ser llamado amigo se hubiera echado a los pies de Jesús … seguramente, ¡qué santo hubiera sido!» (Mons. José Espinosa Rodríguez).
[14] Una de sus devociones predilectas.
[15] Hace referencia a la disolución en España de la Compañía de Jesús.
En 1931 escribe en su Diario: «Día de dolor. Ya está proscrita la gloriosa Compañía. ¡Viva la Compañía de Jesús! Si, tengo que arraigar en mí el espíritu de la Compañía … Si ellos se fueran … quedaríamos nosotros». Días después añade: «Fui a los Luises a la Misa de la Congregación. ¡Con cuánto dolor la oí! ¡Pensar que puede ser la última vez que se reúna la Congregación en la Capilla! ¡Cuántos recuerdos se agolpaban a mi mente: los últimos Ejercicios, en los que me ponía al lado del Sagrario; el mes de María, éste último tan accidentado, ... mis ratos de oración en las tribunas, ... la Misa de Gallo, ... el Vía Crucis; recuerdos, recuerdos de prácticas que me hicieron avanzar en el conocimiento de Dios …
»Perdónales Jesús, y haz que yo mismo, que por su culpa sufro, les lleve la miel de tu Evangelio y la luz de tu doctrina».
El 24 de enero de 1932 anota de nuevo: «¡Ya apareció el decreto sobre la Compañía de Jesús! Es una persecución a muerte, no les expulsan; mas les ponen el inri: pueden quedarse, pero ni poseer bienes ni vivir en comunidad; es decir, ¡qué vivan del aire! En fin, no es hora de lamentaciones sino de actuar. Ellos les disuelven por odio a Jesús; pues yo, por amor a Jesús, a trabajar sin descanso para que todos los españoles, por amor a Jesús, conozcan el bien que la Compañía hace y pidan que vuelvan. Desde hoy nada con ellos, todo contra ellos y para salvarles, para que crean para que se conviertan o, por lo menos, para arrancarles el antifaz con que se encubren y que no puedan seguir engañando al pueblo infeliz ¿Cómo? Instruyendo al pueblo. “A mí se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id e instruid a todas las gentes y bautizadlas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a guardar todas las cosas que os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos”. Estas son las palabras de Jesús a sus apóstoles, y yo soy, o quiero ser, apóstol suyo y dice que está con nosotros, conmigo, y si es así ¿quién contra mí?»
Tres días después escribe: «Asistí a la novena a la Virgen que, como despedida, ¡triste palabra!, se celebra en los Luises por espontáneo deseo de los congregantes … Asistí sintiendo honda devoción y también profunda pena al pensar en todos los medios de perfección que perderé: La Casa de Ejercicios, en que aprendí cuantísimo me ama Jesús; el coro de los Luises, donde tantas veces a solas con Jesús le he adorado; la vela de desagravio de carnaval; los oficios de cuaresma ...; en fin, ¡tantas cosas! que su recuerdo ensombrece mi corazón».
«Día de la Purificación de Nuestra Señora [2 de febrero] ..., día de purificación colectiva. Hoy ha terminado la novena a la Virgen ... Era la despedida a los P.P. Jesuitas, el hasta la vista, el hasta que Dios quiera, que le decía la Congregación … He llorado. Sí, he llorado con lágrimas que sólo veía Jesús y ... esa ... ha sido mi purificación. Día inolvidable, quedará grabado en mi corazón para toda la vida, recordándome siempre la promesa, el voto, que he hecho de dedicar toda mi vida al servicio de Dios.
»Ahora ... será más difícil la virtud, pues disminuyen los medios, pero no importa».
[16] José Díaz Rincón.
[17] Sor Carmen.
[18] José Díaz Rincón.
[19] En todos sus discursos, declaraciones, etc. hay dos partes perfectamente diferenciadas: En la primera les dice a los jóvenes cómo era él antes de su conversión; en la segunda les habla de su encuentro con Cristo, de cómo descubrió al Padre, del inmenso amor de Dios para con él y de su entrega y consagración.
[20] J. Ramón García Lisbona.
[21] Cf. José Luis López Mosteiro.
[22] Cf. Mons. Maximino Romero de Lema.
[23] Miguel García de Madariaga.
[24] Festividad de la Cátedra de San Pedro en Roma 1947.
[25] José Díaz Rincón.
[26] José Díaz Rincón.
[27] Cf. Mons. Maximino Romero de Lema.
[28] Cf. Miguel García de Madariaga.