Toca ahora exponer el ambiente de la España en que le tocó vivir y ejercer su apostolado, ya que, sin una reflexión seria y cuidadosa, no se pueden comprender las dificultades en que se desarrolló la Juventud de Acción Católica ni tampoco su figura, su vida y su obra, antes de la guerra poniendo en marcha e impulsando la Juventud de Acción Católica, durante la guerra promoviendo los Centros de Vanguardia [1] y, a medida que se liberaban las ciudades, restaurando o refundando la misma. A tal fin, recorrió prácticamente España entera muchas veces para extenderla como un medio de renovación cristiana en la juventud, tanto de seglar, como de sacerdote y preparando dirigentes nacionales, diocesanos y parroquiales, lo que exigía un gran sacrificio por su parte [2].
Su infancia y su más temprana juventud está envuelta, lógicamente, en el ambiente de frialdad religiosa dominante en su época: escasa religiosidad, frivolidad, etc.
En efecto, las corrientes más importantes del pensamiento de finales del siglo XIX coincidían en una actitud desdeñosa hacia todo pensamiento sobrenatural o religioso, calificado de poco racional y anticuado. Más de medio siglo de estas posiciones hostiles, de descalificaciones o burlas mantenidas en ambientes destacados y apoyadas además en la resonancia de los grandes éxitos del método positivista en las ciencias experimentales que aquellos, sin más, miraban como propios, había llegado a impactar negativamente a muchos; los cuales, sin apartarse expresamente de la fe, buscaban una apariencia de modernidad dosificando su presencia en las prácticas religiosas, consideradas en una dicotomía sorprendente pero real, como «cosas de mujeres».
Esa infancia y primera juventud de Manuel Aparici tienen como fondo guerras en Europa y en Marruecos, convulsiones sociales, la caída de cuatro Imperios, el Ruso, el Alemán, el Austro–húngaro, el Otomano, y la Revolución Bolchevique en Rusia. Tiene diecinueve años cuando el asesinato de Dato y el Desastre de Annual, veintiuno cuando comienza la Dictadura [3], veinticinco cuando termina la Guerra de Africa, veintisiete, cuando el viernes negro de Wall Street, veintiocho cuando el Pacto de San Sebastián, y la sublevación de Jaca y el fusilamiento de Galán y García Hernández, veintinueve cuando las elecciones municipales de 1931, el exilio de Alfonso XIII y la proclamación de la Segunda República, cuando el Primado de España, Cardenal Segura, se vio obligado a renunciar a su sede y cuando la primera quema de iglesias y conventos, los ataques a los sacerdotes y religiosos, etc. mientras Azaña afirmaba en el Parlamento que «España ha dejado de ser católica»; y cuando el manifiesto de los intelectuales «Al servicio de la República». Treinta, cuando la disolución de las Órdenes Religiosas, la expulsión de los Jesuitas y el Pronunciamiento del 10 de agosto; treinta y uno cuando la Encíclica de S.S. el Papa Pío XI contra el laicismo agresivo de la Segunda República [4], treinta y tres, cuando la Revolución de octubre en Asturias, que dejó 1.200 muertos.
«Hasta entonces [octubre de 1930, fecha en que tuvo lugar en Zaragoza la II Asamblea Nacional entre los días 8 y 11[5]] –dice Manuel Martínez Pereiro–, todas las reuniones nacionales se habían celebrado sin dificultad alguna, con toda clase de actos públicos. Los problemas empezaron a manifestarse tras el cambio de monarquía–república producido el 14 de abril de 1931 con un gobierno de izquierda de manifiesto matiz anticatólico y anticlerical. Antes de cumplirse el mes del cambio se expulsó a Roma al Cardenal Segura ... y se quemaron varias iglesias y conventos, hasta el punto que debieron organizarse en las Parroquias grupos de jóvenes en previsión de que pudieran repetirse tales desmanes [6]. Como es natural, se planteó al Consejo Central de la Juventud si debía convocarse o no la III Asamblea Nacional de 1931. Ponderadas debidamente las circunstancias, se acordó por unanimidad celebrarla en Madrid [convocada para Sevilla, hubo de trasladarse a Madrid; se celebró los días 3 a 6 de diciembre, con dos meses de retraso por la huelga revolucionaria de la capital andaluza [7]] en régimen de internado [8] en una casa religiosa de suficiente amplitud para albergar a los asambleístas.
»Por encima de todo interesaba tomar el pulso de una Obra que acababa de brotar con bastante facilidad y sin más dificultades que las propias de toda iniciación. El resultado fue sorprendente hasta el punto de que se precisó contar además con un Colegio Mayor para atender las inscripciones de asambleístas. Pero lo más importante fue el espíritu y entusiasmo de todos para perseverar en la obra emprendida: la persecución había producido sus frutos [9].
»Una anécdota merece recogerse: en el acto de clausura un joven de Gijón manifestó su entusiasmo con el grito de “¡Viva Cristo Rey!”, frase entonces prohibida y castigada. En la mesa presidencial habíamos sentado al delegado de la Autoridad y a él se dirigieron los ojos de los cuatro policías que le habían acompañado. La encogida de hombros del Delegado nos tranquilizó a todos.
»El único acto externo de la Asamblea fue la visita, sin banderas [10] y en grupos dispersos y poco numerosos, al Nuncio de Su Santidad para reiterar nuestra filial adhesión al Romano Pontífice.
»El Segundo Congreso Nacional debía celebrarse en 1932. Y se convocó para el mes de diciembre en Santander, una de las Diócesis de más vital organización por el número de Centros, que existían prácticamente en todas las Parroquias de la provincia, la calidad de sus dirigentes y el entusiasmo de su Prelado, Mons. Eguino Trecu. Pudo celebrarse con gran esplendor ... No faltó, sin embargo, un lamentable incidente: la agresión con una navaja a un pequeño grupo de asistentes. Que yo sepa fue la primera sangre vertida por Jóvenes de Acción Católica».
Es en esta época de tiempos difíciles y turbulentos, de un enfrentamiento creciente, cuando Manuel Aparici entra en el Consejo Central como Vocal de Piedad (1931). En 1933 se hace cargo de la Vicepresidencia Nacional de la Juventud de Acción Católica, y muy poco después de la Presidencia en funciones, ya que el Presidente Alfredo López «hubo de delegar muy pronto en el segundo las tareas presidenciales por haber sido llamado para un cargo profesional de gran importancia» [11]. Presidente en 1934 [12]; Presidencia que ejerció hasta octubre de 1941, en que cesó para ingresar en el Seminario.
Mantuvo en todo momento, unas relaciones excelentes con la Jerarquía, acataba todas sus orientaciones y defendía a Obispos y sacerdotes [13]. Fue muy querido por los Obispos. En los Centros reinaba una gran hermandad; y era mucha la fortaleza que había que tener para mantenerse firme en la fe en medio del ambiente de persecución religiosa en que se desenvolvía su actividad apostólica.
Tenía treinta y cuatro años cuando en febrero de 1936, asume el poder el Frente Popular y se extiende violentamente la anarquía que, denunciada en el Congreso, acusaba datos escalofriantes: 269 muertos, 1.287 heridos, 160 iglesias destruidas, 43 periódicos asaltados y numerosas huelgas generales sólo hasta junio de ese mismo año.
Después de las elecciones de febrero de 1936 se extendió una ola de pánico por España. Manuel Aparici organizó inmediatamente una campaña de visitas a las diferentes Diócesis españolas [14] para levantar el ánimo, insistiendo en que la Acción Católica no era la derrotada, ya que no tenía carácter político; pero que precisamente por la situación de debilidad en que quedaban los partidos de orientación cristiana, tenía la obligación de insistir en los jóvenes en este aspecto y en la idea firme de que es el Espíritu Santo el que gobierna al mundo. Al mismo tiempo, se adoptaron las medidas a fin de preparar una verdadera «vida de catacumbas», si llegara el caso.
La coincidencia y sucesión de todos estos acontecimientos quizá ayuden a entender la España de aquel entonces. Clima y actitud que reflejaba el mismo Himno de la Juventud de Acción Católica, con frases como «Ser apóstol o mártir acaso mis banderas me enseñan a ser» o la afirmación final sobre «la misión sacrosanta y divina de vivir o morir por la Cruz».
«En momentos tan difíciles, traumáticos y confusos de la vida española, con doctrinas políticas tan contradictorias, Manuel Aparici, en su pensamiento cristiano, no tuvo ni siquiera la tentación de dejarse influir por las corrientes difusas entre la juventud de un nacionalismo–totalitario extendido en Europa.
«Pero hay algo más –añade Mons. Maximino Romero de Lema– que escapa a los historiadores y que solamente los que hemos vivido directamente este período desde los comienzos de la persecución religiosa, desde 1931, podemos subrayar [15]. Manuel Aparici, en sus discursos por toda España, antes de la guerra, maduró una “espiritualidad martirial” inspirada directamente en las cartas del mártir San Ignacio de Antioquía [del siglo II]. Decía con fervor “quiero ser pan de Cristo” “triturado por los dientes de las fieras”. Este espíritu “martirial” le llevaba después a hacer “vivir” a los jóvenes la Eucaristía [16], de la cual era gran devoto.
»Tengo el convencimiento de que esta “predicación” influyó directamente en tantísimos mártires de aquellos años ...
»Capítulo aparte merecen los Centros de Vanguardia en los mismos frentes de guerra. Todo esto lo he vivido yo que estuve como soldado en todos los frentes excepto en el frente de Andalucía».
Otras juventudes, especialmente las de los partidos que habían ganado las elecciones, se preparaban en un clima pre–bélico, con himnos, entrenamientos y desfiles, para un eventual enfrentamiento.
La amenaza era real, inmediata y grave, como no tardaría en mostrarse.
De todo el inmenso cúmulo de ideologías, posturas, tensiones, intereses, etc. que confluyeron en tan formidable crisis, solamente hemos de destacar aquí los prejuicios que iban a dar lugar a la persecución religiosa y que, equivalente a aquellas actitudes del pensamiento «avanzado» que mencionábamos al principio, fermentaban ahora de un modo irracional y feroz.
En aquellos años se barajaba también la idea de la necesidad de actuación política organizada de los cristianos, como una fuerza nueva que mediara entre las posturas extremas y luchara en defensa de los valores cristianos amenazados.
Se intentó la creación de un partido político cristiano que, después de un efímero triunfo en 1934, fue barrido en las elecciones de febrero de 1936.
La incitación a la política, como tantas iniciativas de intención y raíz religiosa de la época, provenía de D. Ángel Herrera Oria por el que Manuel Aparici siempre tuvo una sincera devoción. D. Ángel marcó en él un estilo, un profundo espíritu sobrenatural, obediencia al Papa y a la Jerarquía. Y el estudio [17] serio de los problemas sociales [18].
Pudo entrar en política, pero no lo hizo. No le interesaba. La ocasión no le faltó. De hecho la tuvo. Su camino estaba muy claro, era otro; y sus maneras. Más vasto y lejano su horizonte. Estaba allí, y siempre tenía años, y justo en la edad de la energía, el entusiasmo, la ilusión y la entrega y la eficacia. Pero siempre más atento a otra cosa que a la noticia de la anécdota o el desgarrón de cada día, o la publicación del último ensayo con lo último en ideas del tiempo. Él estaba haciendo por el Reino de Dios, seguía estudiando su latín y le importaban no mucho lo que pudieran decir –entonces o después– los irónicamente conocidos entre los estudiosos como los “nuevos evangelistas de Francia”.
Todos sus esfuerzos los encaminaba al servicio de la Iglesia en la formación de los jóvenes. Deseaba a todo trance tener siempre satisfecho a Jesús . Según anota en su Diario su corazón se iba tras la Acción Católica; le satisfacía más, y cada vez que veía que un alma se aproximaba a Dios, gozaba y bendecía a Dios. Y tras solicitar el oportuno consejo a su padre espiritual [¿octubre 1931?] reitera su entrega a Dios, que ya no abandonará a lo largo de toda su vida.
Vivió y ejerció su apostolado en un periodo decisivo de la historia de España, superando viejas diferencias, pero se alejó de una posible carrera política y profesional que se había abierto ante él por seguir su vocación, primero como seglar, y después como sacerdote.
Este es el clima, que conviene tener presente, en el que se movió; clima al que tuvo el valor de hacer frente y del que consiguió arrancar a toda una generación e influir en las venideras próximas, y que un día le llevó a decir: «Estaban cerrados los caminos que conducen a Dios en España y en el mundo»; caminos que él con tesón, celo apostólico, vida sobrenatural, entrega generosa, fidelidad a la Jerarquía, y siempre con la ayuda de Dios y de la mano de María a quien amaba con ternura singular y devoción filial, abrió para su generación y las generaciones futuras.
[1] «Centros de Jóvenes de Acción Católica organizados en las trincheras; es decir, en los mismos frentes de guerra» (SIGNO, se desconoce la fecha).
[2] Como seglar recorrió unos 150.000 kilómetros y otros tantos como sacerdote. Total: unos 300.000 kilómetros.
[3] Comenzó en 1923.
[4] En la clausura de la IV Asamblea Diocesana de la Juventud de Acción Católica de Zaragoza celebrada en enero de 1935 Manuel Aparici, Presidente Nacional, decía: «Hay que conquistarnos a nosotros mismos para conquistar a los demás; los católicos, con nuestro mal ejemplo, dimos origen al laicismo actual, y para reconquistar nuestras posiciones y vencer al laicismo hemos de retirarnos al desierto a orar y estudiar, a prepararnos para la propaganda, que no la hace el joven, sino Jesucristo, que está con él, para oír la palabra de Dios. No hay que retroceder; con vuestra terquedad aragonesa, que no es sino fortaleza, debéis trabajar para cumplir la voluntad de Dios» (LA FLECHA, febrero de 1935).
[5] «Se dividió en tres secciones dedicadas por separado a la Piedad, Estudio y Acción. En la Sección de Estudio se acordó la constitución de Secretariados independientes para la dirección de las Juventudes campesinas, obreras y marineras, dependientes del Consejo Central. Se ratificó con esto la unidad de la Obra» (Guía de la Iglesia y de la Acción Católica Española. Año 1943).
[6] A este respecto, preocupado por la cuestión religiosa, escribe en su Diario: «Fui a casa de un amigo a que me diera un libro para la defensa de mis ideales» ... «Reanudé la conversación sobre la defensa de iglesias manteniendo el punto de vista de la caridad» ... «Fuimos a la salida del cine Europa para ver el ambiente de los anticlericales» ... «Fui con Friend a Manuel Silvela. Salimos asustados» ... «Fui a los Luises. Había muchos grupos y entré dispuesto a defenderlos como pudiera. Después de cenar fui con … de paseo … Madrid tranquilo … A las 2 me acosté» ... «Vine a casa a cenar. Salí de nuevo para pasear por Madrid y a la 1,30, viéndolo tranquilo, me acosté».
[7] Guía de la Iglesia y de la Acción Católica Española, Año 1943.
[8] Fue la primera Asamblea celebrada en régimen de retiro (Guía de la Iglesia y de la Acción Católica Española, Año 1943).
[9] «Juzgar benévolamente a los demás –decía Manuel Aparici– Si ellos dan fruto como cuatro yo debo pensar que no recibieron gracia más que para eso. En cambio, si yo doy fruto como 450, pero recibí gracia para 500, quedo por debajo» (Mons. Jesús Espinosa Rodríguez).
[10] « ... Los jóvenes de Acción Católica han de saber y deben hacer saber en todo momento que las banderas de la Juventud no tienen ningún carácter de “lucha política o social” como no la tiene la Acción Católica, que está, recordémoslo una vez más, «fuera y por encima de los partidos políticos»; la distinción de clases o profesiones no cabe en nuestra organización; terminante es en la letra y en el espíritu el art. 7º de nuestro Reglamento general ... ». (Manuel Aparici. LA FLECHA, julio de 1935)
[11] Manuel Martínez Pereiro.
[12] Y ello a pesar de haber sobrepasado la edad tope de los 30 años que fijaban los Estatutos para poder pertenecer a la Rama de los Jóvenes de Acción Católica (es decir, había quedado en condiciones de no poder pertenecer a ella); edad tope que sobrepasaba mucho más ampliamente al cesar en la Presidencia Nacional; pero la Jerarquía era consciente de esta situación especial, porque especiales eran también los tiempos que se vivían. (Téngase muy presente esta circunstancia porque ayudará mucho a comprender su figura, su vida y su obra en esta etapa histórica de su vida, de la Iglesia y de España, a las que amaba profundamente, sirvió con fidelidad y murió por ellas).
[13] «Tuvo también especiales relaciones con seglares destacados en el campo de la Acción Apostólica, de la Cultura y de la Política», según Mons. José Cerviño y Cerviño.
[14] «Planificaba cuidadosamente sus visitas a las Diócesis y Centros, generalmente tres al mes, aprovechando los domingos, fiestas y días inhábiles, para reunirse con los jóvenes colectiva o individualmente, o para los actos de propaganda que le solicitaran. Él les proponía su palabra, no muy elocuente en los primeros tiempos; pero era penetrante, persuasiva y calaba hondo en los corazones juveniles» (Manuel Martínez Pereiro).
[15] Permítasenos esta licencia repetitiva para no mutilar el testimonio de Mons. Maximino Romero de Lema, testigo excepcional de esta época de nuestra reciente historia.
[16] De la Eucaristía decía: «Es la humillación más absoluta y tremenda a la que pueda llegar Jesucristo; ahí queda Él como una cosa, al arbitrio nuestro ... » (José Díaz Rincón).
[17] «¡El estudio! No lo abandonemos nunca» –decía Manuel Aparici– (Mons. Jesús Espinosa Rodríguez).
[18] «Cristo –decía Manuel Aparici– no esperó a que se resolviera el problema social en su tierra para predicar el Evangelio» .