Su afán personal de perfección y de santidad, cultivado por la oración continua y su decidido propósito de transmitirla a los demás, fueron una constante en su vida que procuraba ensanchar día a día. Y coronó su afán con la larga y penosa enfermedad que le llevó al Padre.
«Manuel Aparici, desde el inicio de sus escritos, –dicen los Peritos Teólogos en su informe [1] – nos va descubriendo su llamada especial a la santidad en el día a día de su vida, tratando de vivir el plan que él mismo se había trazado en la búsqueda de serle fiel al Señor.
Su conversión espiritual tiene una motivación de su amor mariano al visitar el pueblo de EZQUIOGA.
«Lugar santificado por las apariciones de la Virgen [2], y esta peregrinación me hizo muchísimo bien cambiándome radicalmente ... Conforme íbamos aproximándonos a Ezquioga me daba cuenta de lo miserable que soy, de lo manchado que estoy con pecados ... Llegamos ... Rezamos el rosario ... Mi alma sintió su presencia, la invitación que me hacía a que me levantara de mi miseria».
A la vuelta anota en su Diario [3]:
«Me propuse en Ezquioga dar la mayor gloria posible a Dios. En Madrid he renovado mis propósitos.
»Hice un balance en el libro de caja de mi alma y vi que estoy aún en la fuga del pecado venial, en el segundo grado de piedad ... Ahora pretendo eliminar el venial, ¿qué haré? Ante todo un examen para ver en qué pecados veniales suelo incurrir habitualmente. Analicemos, pues, con el auxilio de Dios, mis acciones diarias.
»Me levanto. ¿Qué hago? ¿Enderezo mi intención? ¿Le ofrezco a Dios las primicias del día? No. Tengo que hacerlo. Esto ya sé no es pecado venial, es una imperfección, pero hay que quitarla.
»Mientras me arreglo, ¿en qué pienso? Fantaseo. Otra imperfección. He de procurar que mi pensamiento vaya a Dios, pero en forma ordenada refiriéndolo a lo que Dios pueda querer de mí ese día.
»Voy a Misa. ¿Voy enfervorizándome por el camino? Frecuentemente no. Otra imperfección.
»¿Mientras oigo Misa y me preparo para comulgar me dispongo bien a recibir a Jesús y con Él todas las gracias que necesito para servirle bien durante todo el día?
»Desayuno y leo el periódico. Aquí no veo imperfección siempre que ofrezca a Dios mi intención.
»Voy a la oficina. ¿Mientras camino voy fortaleciendo mi voluntad para que me abrace al trabajo que me consta ser la voluntad manifestada de Dios?
»Y en la oficina, ¿trabajo cómo si al final de la jornada tuviera que rendir cuentas al Creador? Tampoco. ¿Por lo menos le ofrezco mi trabajo al comenzar todas las horas?
»¿Al salir, cuando voy hacia la Iglesia a visitar a su Divina Majestad voy preparando mi alma para que Jesús la vea?
»¿En mi casa, antes de comer, aprovecho el tiempo formando mi espíritu en Jesús? cuando me llama mi madre para que la ayude, ¿acudo con diligencia y humildad?
»¿Bendigo la mesa y mientras como obro como si Jesús estuviera ante nosotros?
»Después de comer, ¿ trabajo por lo menos hora y media en mi formación y en la preparación para los varios Círculos de Estudio?
»Cuando salgo, ¿lo hago en compañía de Jesús? ¿Procuro entrar en alguna Iglesia a saludarle?
»Antes de cenar, ¿bendigo la mesa? Y antes de acostarme, ¿hago examen y oración?
»Todas estas preguntas debo hacérmelas todos los días para ver si adelanto, y cuánto, o si retrocedo».
Inspirado en el amor a Jesucristo, inicia sus grandes resoluciones; entre ellas la búsqueda de quién guiará y orientará la vida espiritual [4] de una alma enamorada y sedienta de Cristo.
« ... Quiero, sí, anotar los pensamientos que hoy llenan mi corazón ¡JESÚS! Esta palabra los resume todos; amo a Jesús, le amo con toda la fuerza de mi corazón, con toda las potencias de mi alma y siento el deseo ferviente de servirle y honrarle; pero ¿cómo? No basta querer, hace falta saber; saber qué es lo que Jesús quiere de mí ... Necesito un director espiritual que me guíe y quitar todas las imperfecciones que hay en mí y todos los pecados veniales. Pediré auxilio a Jesús, por mediación de María, y venceré, pues me aman tanto que no pueden desoír mis súplicas.
»¡María! ¡María! Qué suavidad, qué hermosura, qué paz. Tu nombre hace latir mi corazón más deprisa. Te amo, pero quiero amarte más, mucho más, con toda mi alma de tal manera que pueda hacerte sonreír, y al hacerte sonreír a ti consolar a mi adorado Jesús. Teneros contentos a ti y a tu bendito Hijo es toda mi ilusión. ¡Ayúdame Madrecita mía!».
»Debo pensar siempre que si escribo, estudio, ando, hablo o duermo es Jesús el que me anima y guía mi mano, ilumina mi inteligencia, fortalece mis músculos, vivifica mis órganos digestivos, presta aliento a mi boca y vela mi sueño, pues si nada puedo hacer sin Él, ya que su omnipotencia me sustenta todas mis acciones, debo ofrecérselas y, por lo tanto, debo ver si todas le dan gloria para que le sean agradables y las acepte.
»Animo, sólo me exige que hoy sea suyo y que al terminar el día pueda decir “Hoy he vivido en ti y tú has vivido en mí”.
»¿Cuándo lo conseguiré?».
Al encontrar su director espiritual, se establece todo un dialogo de confianza y abandono en descubrir la voluntad de Dios. Esta dirección está apoyada en lectura espiritual de varios autores, santos y padres de la Iglesia.
« ... Y sobre todo de tener con Vd. una conversación en que le hubiera expuesto el panorama de mi alma y Vd. me hubiera dado tan acertados consejos como los que están transformando mi ser ...
»El estado de mi alma se resume con estas palabras: Deseo a todo trance tener siempre satisfecho a Jesús. O, con palabras de J. Tissot, “quiero dar a Dios toda la gloria de que mi ser sea capaz”. Pero necesito un guía, un director ... ¡Cuánto bien me ha hecho este libro y cuánto agradezco que me lo recomendara!».
Para esto establece un horario diario en el que continuamente va examinándose y buscando la manera de cómo agradar a Dios [5], desde el levantarse de cada día, oír Misa y comulgar diariamente con devoción, consagrar su trabajo iluminado por la obra “Deber Moral del Trabajo”, la atención y dedicación a su familia, en especial a su madre, el cuidar su meditación diaria frente al Sagrario en la Visita al Santísimo [6], que en tiempo es progresiva desde minutos, medias horas y horas; el ofrecer pequeños y grandes sacrificios como privarse de leer el periódico, el dejar de fumar y vencer la tentación de leer novelas policíacas; dedicar tiempo para el estudio y formación en el campo religioso, examen de conciencia al llegar el atardecer de cada día; compromiso de vivir el tiempo litúrgico a plenitud; diálogos que irán perfilando su compromiso apostólico frecuentando el Circulo de Obreros. Ocupan éstos un lugar muy querido en su corazón [7].
He aquí una manifestación que resume el ritmo de su vida diaria. En este tono surge el día a día que irá forjando sus sentimientos de santidad.
«¡Bendito seas Señor!
»Me has concedido un día más de vida para que te sirva.
»Examen:
»Me levanté a las 6 3/4 . Hice por la mañana un cuarto de hora de meditación. Asistí a Misa en las Calatravas, la oí con gran devoción y comulgué en ella con intenso fervor. Después de la Misa desayuné con Romero de Lema y hablamos del apostolado.
»En la oficina trabajé desde que llegué hasta la 1 1/2, haciendo trece actos de presencia de Dios y ofreciendo otras tantas veces mi trabajo a Nuestro Señor para que, en unión de los méritos infinitos de su Pasión, lo ofreciera al Padre por la redención de los hombres, conversión de los pecadores y perseverancia de los jóvenes católicos.
»A la salida de la oficina fui a presentarme a mi Señor Jesucristo en el Sacramento de su amor. Ahondé en la meditación del infierno, le di gracias por su infinito amor y oré con gran fervor por la redención de las almas.
»Después de comer tuve un rato de lectura espiritual, descripciones sobre el infierno, y un cuarto de hora de meditación. Fui a la Juventud Católica donde trabajé con el Consiliario; estuve un rato de charla con José María Arzuaga acompañándole un poco; trabajé otro rato y me vine a casa. Recé el rosario con mi madre, cené, y ahora escribo este examen.
»¡Gracias te doy Redentor mío! porque me has ayudado todo el día. Una vez más te ofrezco mi vida. Yo la perdí pecando. Miles de veces merecí el infierno en el que no caí porque tu amor prefirió padecer tormentos sin cuento a verme perecer. ¡Señor quiero querer lo que tú quieras y me parece entender que tú quieres que sea totalmente tuyo. Dame señor espíritu de penitencia para que expíe mis pecados y también, Señor, para que con tu gracia supla en mi cuerpo lo que le falta a tu Pasión por tu Cuerpo Místico, la Iglesia!».
Descubrimos también en sus escritos los momentos de inquietud de un alma enamorada que se complace en expresar los sentimientos de la confianza íntima con el eternamente Amado.
« ... Sólo decir que amo a Jesús con toda mi alma, con todo mi corazón, con todo mi ser, y que quiero amarle de verdad, no sólo con las palabras, sino con las obras; que mis acciones digan todas que soy cristiano, que soy de Cristo, que le amo, y que, como le amo, hago todo lo que Él quiere y nada de lo que no quiere».
Podemos ver también la lucha interna espiritual y de conciencia por anhelar la perfección frente a la imperfección de su vida a los ojos de Dios.
«Ante todo, debo tener siempre presente que si quiero ser útil a los demás, si quiero producir fruto, debo estar unido a la vid de Nuestro Señor Jesucristo y, por tanto, que, aun con relación a mis dirigidos, mi primer deber es ser perfecto, pues tanto más útil les seré cuanto más perfecto sea.
»Para ser perfecto debo eliminar todos los pecados veniales y todas las imperfecciones, primero aquellos y luego éstas».
La juventud es su gran preocupación y por, para y en los jóvenes, proyecta toda su vida de verdadera búsqueda de santidad al sentirse enviado para la misión de tan noble ideal.
«Fui a Tetuán a acompañar en su fiesta a los jóvenes de allí. Me han recibido con alegría. Me tienen afecto, y me tienen afecto no por mí sino porque instintivamente se dan cuenta de que soy un enviado y de que si les tengo afecto no tanto es por ellos sino por quien me envía N.S. Jesús».
Desde la juventud va clarificando el proyecto del plan salvífico que Dios tiene destinado para su vida.
«Ser de Jesús. Todo. Entregarme a Él, pero sirviéndole. Santificarme por amor suyo en los que su amor me confió. Deseo grande de su Vicario, nuestro Padre: vocaciones sacerdotales para la Acción Católica, vivir en el mundo para Dios, estar entre las almas para llevarles el amor de Jesús y llevarlas a Jesús, ser instrumento nuevo, instrumento en sus manos.
»Grandes dones me has hecho, Amado mío. A mí, que tanto te he ofendido, quieres tomarme para que aplaque tu sed de almas. ¡Cómo me amas! ¡Y yo qué poco guardo tu palabra ... !».
El Ideal de santidad ahora tiene un gran reto: responder con su ejemplo y testimonio de vida para que la juventud vea en él un signo de santificación.
«Veo cuán necesario es que yo me santifique a mí mismo a fin de que mis compañeros sean santificados en la verdad».
En sus escritos nos muestra su gran preocupación y amor hacia ella; especialmente por la juventud de la guerra. De ahí su sentimiento de oblación de toda su vida por comprometerse en el proceso de salvación de la juventud.
«Tu amor, Señor; el potente soplo de tu espíritu, que ha acariciado mi alma, me ha hecho confirmar mi promesa: Con tu ayuda (que no me has de regatear) seré tuyo, me daré todo a ti en todos. Fuera los vanos temores, apoyado en ti aprovecharé todos los momentos para conquistar almas. Ni un momento de desmayo. Tú me lo dices: de ti ahora penden 50.000 almas de jóvenes, cincuenta mil que en unos años pueden ser muchos millones. Animo, pues, y a la pelea, sin temor a nadie, si solo te temo a ti. Te ofrezco, Señor, mi vida por tus jóvenes. Acéptala y haz que muera rápidamente en ti para que, siendo tú quien vivas en mí, conquiste almas y me halles pronto digno de padecer algo por causa de tu nombre».
La juventud peregrinante hacia Cristo es su gran proyecto y nos lo recuerda como un mandato y deseo del Vicario de Cristo cuando recibió la bendición papal. Para esto se compromete a cumplir la gran, noble y leal misión de organizar un Congreso en el que participen la Juventud de Acción Católica de España e Hispanoamérica. «El Congreso tiene un carácter hispano-americano. Nuestros hermanos de América se afirmarán con nosotros en Santiago. Tenemos con ellos una labor común ... » [8].
«He llegado junto a la tumba del Apóstol. Ya en el tren, y cerca de Santiago, comprendí cuál era el objeto de mi viaje. Después del día de retiro de ayer en el que, por medio de tu sacerdote, me dijiste que me concedías un plazo más para que la higuera de mi alma diera fruto y que la ibas a cavar y a mimar, formulé el propósito de darme a Jesús todo. Y al llegar a Santiago comprendí que venía a recibir inspiración y fuerza del Apóstol para dirigirme a todos los Jóvenes de Acción Católica de España e Hispanoamérica pidiéndoles que, con su vida santa, hicieran posible el Congreso con que queremos honrar a nuestro padre en la fe. He orado ante sus cenizas. Le he pedido que quite de mis ojos el sueño para no dormirme mientras el Señor padece en Getsemaní».
El dolor de la juventud le lleva a expresar su dolor por el poco amor hacia el Amado.
«Con lágrimas en el alma cojo hoy la pluma para anotar en mi Diario mis acciones.
»No te amo Señor, no te amo como tú quieres que te ame. No vivo en ti; no eres tú la razón de ser de mis acciones ... No hago la oración que tú me pides y no vivo en ti. Ya sé que me amas y que estás deseando concederme tu gracia y tu ayuda; pero si no voy a ti, si no me pongo en tu presencia, si no me clavo en tu cruz, yo mismo te pido que vengas y me abraces en el amor que te inflama.
»Sufro, Jesús, sufro. Veo que sin darme a ti no puedo hacer nada, y que necesitas que te busque las almas y no me doy a ti».
«Ahora quiero levantar a vida santa a mis jóvenes, pero ¿soy yo santo? Triste contestación: no, no lo soy. Y es preciso, es preciso que lo sea. Ahora más que nunca debo entregarme a Dios. ¡Son tantos los jóvenes que peligran! ¡Qué terrible responsabilidad! Pero no es, no, la responsabilidad, las penas que el Señor pueda imponerme, lo que me asusta, es el dolor que me producen las almas que se pierden ... Mis brazos en cruz pueden tapar la sima abierta a los pies de tantos jóvenes y no los extiendo. Huyo la cruz y sólo la cruz puede darme paz; porque sólo en ella, con ella y por ella puedo triunfar y mi triunfo, no soy yo, que nada soy, son almas que pongo en manos de Jesús. Divino Corazón, ayúdame».
El Santo Sacrificio de la Misa es el lugar privilegiado para llenarse de esa fuerza espiritual que impulsa el ver a Cristo encarnado en signos concretos como son sus superiores, director espiritual, jóvenes y la humanidad entera. Su alma está triste por ver como la humanidad desprecia el amor de Jesús.
«Hice oración y ofrecimiento breve, me arreglé y fui a Misa. La oí, o mejor concelebré, con gran devoción, haciendo después de la comunión acción de gracias detenida, ofreciendo mis acciones todas del día ... Me falta humildad … Examiné mis acciones … y vi que, aunque hice oración, no vi a Jesús más que en la persona del Consiliario a quien procuré tratar con reverencia. He de esforzarme en ver a Jesús en mis compañeros y verles también como los amados de Jesús».
Años después, en diciembre de 1941 volvía a anotar:
«El Obispo representa a Jesucristo: concelebran con el Obispo los ordenandos, pero eso harán siempre concelebrar con Jesucristo».
Manuel Aparici es el hombre de una visión universal de la salvación, dirigida para toda la humanidad, tienen especial dedicatoria la juventud, las personas consagradas, religiosas, sacerdotes, seminaristas y todas las almas sedientas del amor de Dios. Ve en ellos la presencia intercesora que le impulsan y animan con sus oraciones y sacrificios para que él cumpla el gran ideal de su vida: lograr la santidad.
«¡Señor! Cuando tantas almas se te consagran, se entregan para servirte como instrumento en la obra de mi santificación, ¿sólo la mía te resistirá?
»Trescientos mil sacerdotes existen en el mundo que se santifican por mí, trescientos mil que hacen penitencia y oración por mi alma, que ofrecen al Padre su canto, para que el Padre me bendiga … y yo ¿voy a ser la nota discordante?
»Pero tú, Señor, me conoces bien y sabes cuán grande es mi miseria. Dame tu gracia, irrumpe en mi debilidad con tu fortaleza, en la dureza de mi corazón con la ternura del tuyo, en la frialdad de mi amor con el fuego de tu caridad, para que yo también me inmole y sea tuyo».
APÉNDICE A ESTE CAPÍTULO
En los Ejercicios Espirituales que hace en Comillas concreta su plan de vida en dos grandes cuestiones: Deberes para con el prójimo y deberes para consigo mismo.
1. Los deberes para con el prójimo los concreta en dos:
a. Obediencia a la Jerarquía y a cada uno de los Prelados, al Consejo,
al Reglamento, al Consiliario y a mi director espiritual.
– Religiosa obediencia a la Jerarquía de la Iglesia y a cada uno de los Prelados. Propósito firme de no hacer nada en cada Diócesis sin que antes el Prelado me haya dicho: «echa tu red». Unida a esta obediencia, la cristiana firmeza de presentar a la Jerarquía, con toda sencillez, lo que vea y observe y las soluciones que en la oración me han parecido ser más convenientes para la gloria de Dios; mas una vez expuesta mi opinión abrazar la de la Jerarquía como expresión de la voluntad de Dios.
– Al Consejo. A él está vinculada la gracia de Dios para el acuerdo de las actuaciones más convenientes a su gloria. Mi deseo para con él es proponer y ejecutar o cuidar de la ejecución de sus acuerdos.
– Al Reglamento. En él, mientras no se modifique, está la regla de la santificación de la Obra.
– Al Consiliario. En él debo ver al Señor que me quiere ayudar para traerme a suma pobreza espiritual (así despegaré mi corazón de las ideas propias) y, si su divina Majestad fuese servida, no menor a la pobreza actual; segundo a deseo de oprobios y menosprecios, porque de estas dos cosas se sigue la humildad. Propósito firme de no llevar nada a Consejo sin haberlo consultado con él. Item de no ejecutar ningún acuerdo sin obtener su aprobación para el plan de ejecución.
– A mi director espiritual. Él verá si en lo relativo al aprovechamiento de mi alma me debo de ligar con voto.
b. Caridad con mi madre; caridad con mis compañeros de Consejo.
– Caridad con mi Madre. Escribirla todos los días siquiera una postal (consultaré con el director si el no hacerlo, no siéndome imposible, deberemos considerarlo como falta leve); tenerla a mi lado en cuanto sea posible, no se oponga a la gloria de Dios. Atender, en cuanto no me aparte de los intereses de las almas a mí confiadas, a mis hermanos.
– Caridad con mis compañeros de Consejo. Mandarles procurando imitar en todo lo posible a María Santísima y a San José [9] cuando mandaban a Jesús, viéndome, como de mí mismo lo soy, inferior a ellos por mis muchos pecados y mandarles porque, a pesar de mi indignidad, es la voluntad divina y siempre procurando que mis órdenes estén conformes con aquella sacrosanta voluntad. Esta norma debo de hacerla extensiva a todos: Consiliarios, jóvenes y prójimo.
2. Con respecto a los deberes para consigo mismo escribe:
Tengo que liberarme yo de los hábitos malos que contraje. Se impone una mortificación continua y completa de mi yo, carnal y espiritual. Pedirle al ayo que me da el Señor, mi director espiritual, un programa de mortificación del cuerpo y del espíritu.
Mas el Señor me ha puesto de Presidente de los jóvenes que quieren ser sus apóstoles para que yo les ayude a traerlos a pobreza, deseo de oprobios y menosprecios para que alcanzando humildad, haciéndose como niños, entren en el Reino de los Cielos, que son todas la virtudes. Para ser en verdad su ayo y llevarlos conmigo al Señor, de alguna forma deben de ir en mí y ésta no puede ser otra, habiendo ya propuesto por orar por ellos, que hacer penitencia por ellos. Así satisfecha la justicia de Dios en mi carne, quedará libre su misericordia para con ellos».
[1] Los seguimos prácticamente en su totalidad, con tan sólo alguna pequeña excepción.
[2] «Le gustaba mucho la canción “Virgen Santa, Virgen pura, vida, esperanza y dulzura del alma que en ti confía”. En una ocasión una sobrina que estaba viviendo con él y con su madre empezó a cantarla y enseguida apareció con una cara radiante preguntando ¿La sabes entera? La sobrina se la cantó completa y después, esta sobrina, cuando sabía que él estaba en casa, la cantaba por si la estaba escuchando» (Su sobrina Josefina. Su carta de fecha 13 de agosto de 2001).
[3] Estos párrafos no están recogidon por los Peritos Teólogos en su informe.
[4] Santiago Ayllón, asistente al Cursillo de Dirigentes en la Hospedería del Pilar de Zaragoza, año 1952, gran alpinista, comentaba siempre –asegura en su declaración José Sotillos Martínez– que le dejó impactado que, estando en el comedor con D. Manuel, Consiliario Nacional, estuvieran hablando de las actividades que cada uno realizaba. Aprovechando esta circunstancia del alpinismo, le dijo que en la vida espiritual es igual, clavija a clavija, con tranquilidad, con serenidad, sin miedo ir avanzando.
[5] Si bien reconoce con frecuencia que le cuesta mucho hacer la voluntad de Dios.
[6] Muchas veces le han visto ensimismado ante el Sagrario.
En unos Ejercicios Espirituales que dio en Huesca en marzo de 1952 a un grupo de jóvenes de Acción Católica, les invitó a despojarse ante el Sagrario de todos sus anhelos e inquietudes y a recoger lo que desde allí, Cristo les diera, lo que significaba que debían querer, más que la suya, la voluntad de Dios.
[7] Él y Llanos hablan del proyecto de evangelización de los obreros.
[8] SIGNO de fecha 13 de agosto de 1939.
[9] Grande era también su devoción a San José, padre adoptivo dice.